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15.12.07

Las películas buenas en la tele

Me gusta salir de marcha y emborracharme, lo admito. Me gusta salir los martes, miércoles y algún jueves. Me encanta escaparme un lunes por la noche y llegar al amanecer, sobre todo porque es como un reto: conseguir empalmar de bar en bar ese día que ningún bar abre.
Pero lo que realmente adoro es quedarme en casa los viernes. Sí, disfruto de lo lindo escogiendo la mantita y el sofá, más ahora que hace frío (porque lo hace).
Me caliento los restos de la comida del jueves (como no me gusta cocinar para mí sola, siempre lo hago para dos y me como la porción del otro en cualquier cena).
Luego, posición horizontal, gata a mi vera, estufita bien cerca y una buena película. Sí, no es común, pero aveces pasa: ponen una buena película en la tele. Las buenas películas en la televisión son como las cafaterías pequeñas y con encanto, esas que escasean y están escondidas, tanto que cuando las encuentras, te sientes un ser privilegiado, casi único.
Pueden haber pasado por esas mesas millones de personas, que tú sigues pensando que se trata de un lugar secreto; pueden estar viendo la misma película millones de personas, que tú sientes que eres de los pocos que se han quedado un viernes por la noche en casa y han presenciado el milagro.
Y haces lo que puedes hacer cualquier noche entre semana, tranquilamente, y sintiéndote original.

12.12.07

La paranoia de Auster


Mola. Si señor. Mola ser Paul Auster y poder hacer lo que te dé la gana (por ejemplo, dirigir una película basada en un relato de una de tus novelas), sabiendo que el público le va a prestar atención aunque sólo sea por curiosidad.
Como me pasó a mí. Sabía a lo que iba, que la cinta dejaba bastante que desear, que era personal y mala (por qué no decirlo claro), que la intervención de su hija no tenía demasiado sentido y que, probablemente hubiera muchas cosas mejores en las que gastar mi dinero... Aun así, allí me planté, arrastrando a otras tres curiosas ingenuas conmigo, y me tragué los 93 minutos de historia.
La vida interior de Martin Frost apareció por primera vez en mi vida al leer El libro de las ilusiones, del mismo Auster y con casi el mismo desarrollo. Ya cuando lees el argumento de la película que ve el protagonista de la novela te quedas un poco perdido. No tiene demasiado interés, piensas (o por lo menos yo lo pensé así), y lo dejas pasar como una parte más de una gran historia. Pero él va más allá y convierte ese relato en un filme real.
Es entonces cuando te entra la curiosidad. ¿Cómo lo habrá hecho? ¿Habrá sido capaz de conseguir algo de esa complicada relación entre tan sólo dos personajes? Las críticas dicen que no, pero Auster merece el tiempo y el esfuerzo (económico, se entiende). Para lograrlo, alarga la historia añadiendo nuevos elementos que no acaban de cuajar. Siendo exactos, esos nuevos elementos son un peculiar fontanero que añade el punto cómico y su hija, Sophie Auster, cantante y actriz en ciernes, que se cuela de una manera un tanto ilógica y aprovecha su breve paso por la pantalla para demostrar lo bien que actúa y canta... esto último, en fin, recuerda a un "vamos, niña, canta un poquillo" de las reuniones con amiguetes que se avecinana por estas fechas.
Y el público se ríe ante el atrevimiento y la irrealidad... nos reímos porque es Auster y se lo puede permitir.
Entonces viene el momento clave de solucionar la relación imposible entre el escritor y su musa, su insipiración en carne y hueso de la que se ha enamorado y que está condenada a morir cuando él termine su obra. Es entonces cuando la caga: si hubiera terminado la película en los primeros 45 minutos (aproximadamente), hubiera sido una historia redonda, el resto, es todo un despropósito. Sobre todo el final, que no voy a desvelar, y que evoca demasido alto a un deus ex machina del teatro clásico. Tanto como el momento en que él se tiene que vendar los ojos para recuperar a su amada de entre los muertos, porque si la mira, ella desaparecerá... ¿Dónde he escuchado ese argumento antes? Lo tomaré como un guiño al espectador pedantillo al que le gusta reconocer elementos de mitología griega en un relato cualquiera.
Es Auster. Se lo puede permitir.
Claro que se le acepta una vez, por concederle el beneficio de la duda más allá de todo lo dicho sobre el filme, pero no creo que se le vuelva a otorgar. A no ser que lo haga con un proyecto más serio y cinematográfico. No es lo mismo hacer cine que literatura, es algo que tendrá que tener en cuenta la próxima vez.