1 de enero de 2006: Despierta para darse cuenta de que está en el sofá de casa de su amiga y que no conoce al chico que duerme en el sillón de enfrente. Se levanta y busca un lugar más cómodo en el que terminar su sueño de fin de año. Acaba levantándose ya tarde, aunque no ha llegado a oscurecer.
El Metro está lleno de gente que no parece haber salido la noche anterior. Ella lleva las medias rotas y no es la chica del pelo color cebada, sino de cabellos negros y sin sentido, como el vestido con olor a humo que le hace sentirse tan fuera de lugar y de hora.
Su casa está vacía y oscura. Ella enciende las luces previendo la soledad, escuchándola llegar como suele hacerlo en los anocheceres prematuros de invierno. No le gusta lo que siente en ese comienzo de año. Tiene miedo del agua de la ducha; tiene sueño y pánico de desvelarse.
Una llamada de teléfono; dos viejos amigos. Nada como los viejos amigos para compartir el silencio, para romper ese murmullo que se perfila como ansiedad.
Y se pierde en las pupilas dilatadas de aquéllos dos, en la negrura de su felicidad química, de su fiesta a destiempo... alguien le está dando la oportunidad de un nuevo comienzo de año bajo la luz anaranjada de una lámpara de mesa. Esos viejos amigos son químicamente felices y quieren compartirlo con ella. Se deja abrazar, aunque siga estando oscuro, ¿por qué no amanecerá según las necesidades?
Ella se enrosca en el cariño como un gato, mirando una escena a la que no pertenece del todo sin que eso le siente mal, viendo a esas personas a quien quiere y que le quieren. Besa con cariño. Ese cariño es fotografiado: cariño a tres.
Casi un año después, el naranja de la instantánea le trae conrtadictorios recuerdos. Ese beso le huele a despedida, como la de una madre que se va a trabajar; como la de alguien que se va mientras duermes y que te promete volver.
"Cuando despiertes ya estaré lejos de aquí... pero volveré", algo así diría esa madre. Algo así es la realidad. Está lejos de ahí, pero quiere volver, sin fecha, sin promesa... es sólo un deseo ¿vale más un juramento que el deseo?
Mira atrás y ve muchos kilómetros. Ve Madrid, Granada, París, Berlín, Londres, México. ¿Cómo ha podido caber todo eso en un año?
Parece que ya no es capaz de parar y lo mejor es que no necesita pretextos para seguir, que no tiene objetivos, ¿lo mejor? Quién sabe. Tanto adios empieza a oler a huida, y de los olores no se puede escapar, como el humo en su vestido de Nochevieja; como cualquier humo del día después.
Y ahora Cuba...
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